las luces del dolor, cuento, relato corto

Las luces del dolor | Cuento, relato corto

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Las luces del dolor

Con la cabeza por encima de un pequeño matorral, André pudo ver a lo lejos una luz potente, los rayos podía verlos salir a lo lejos, incluso era capaz de percibir y prever el tiempo que tardaban en hacer ese viaje.

No era la primera vez que veía aquellas extrañas luces, pero algo le decía que si era la ocasión en la que esa luz tenía más intensidad.

Recordó, como perdió a su mujer una noche en la que la las luces hacían el recorrido muy lento, con apenas intensidad, apenas imperceptibles si prestábamos atención.

Aquella noche no tenía intención de acercarse a ellas, pero no habían sido pocas las noches en las que una fuerza interior le empujaba a salir en su búsqueda. La angustia de la desaparición de Lisa, le insufló una valentía que nunca había tenido, perdió el miedo a todo, y cada noche salía a buscar aquellas luminarias del diablo.

La noche siguiente al suceso, salió a través de la montaña hacía ellas, pero de repente las luces salieron con una gran fuerza, pasaron cerca de él, la velocidad a la que iban lo hicieron caer al suelo. Se levantó y se limpió un poco el polvo y miró hacía el lugar por donde se perdían los dos rayos paralelos que corrían a gran velocidad. Podía ver la estela que iba dejando y pronto, como cada vez, ser perdían en la lejanía. Pero siempre manteniendo idéntica trayectoria, siempre siguiendo el mismo inequívoco trayecto.

André había perdido la noción del tiempo, recostado, en la oscuridad, no era capaz de recordar la última vez que vio pasar aquellas luces. Ya no salía en su búsqueda, pero tampoco las veía a lo lejos, como solía hacerlo muchas noches antes. Una, dos o incluso tres veces en el trayecto de la fuente hacía su casa. Por un lado sentía una inmensa tristeza, pero a la vez algo le llenaba de esperanza, podría olvidar a Lisa, las luminarias intensificaban la intensidad de su dolor en cada pasada, eran como rayos que entraban por su cuerpo y le hacían estremecerse.

Pasó una semana completa sin ver las luces, después de 7 días, pudo ver como a lo lejos volvían a aparecer, los dos grandes rayos de luz trajeron consigo de nuevo el dolor. Recostado en su hueco frío y oscuro esa noche no pudo conciliar el sueño. Los rayos le habían devuelto el dolor, un dolor mitigado por el tiempo y la oscuridad que salió con mucha más fuerza.

La noche era muy fría, había descuidado totalmente su higiene y André andaba por la montaña sin el menos ánimo, caminaba hacía una fuente de agua tibia que manaba de la montaña, muy cerca de allí fue en el que dio el primer beso a Lisa, había evitado ese lugar desde lo sucedido, pero aquella noche caminó para sentarse en la piedra sobre la que por primera vez sintió una conexión infinita con alguien.

Allí recordó lo maravillosa que era su vida en aquellos momentos, y se maldijo por no haber sido plenamente consciente de ello. Recordó como Lisa y él se acercaban allí cada noche, y también recordó la primera vez que vieron esos malditos rayos de luz. Los dos se miraron, sin saber bien qué decir. Al poco sintió un extraño miedo, una extraña sensación se adueñó de él. Una premonición, o quizás la intuición le dijo que aquellas luces iban a cambiar su vida.

Sentado y tranquilo, dominando el dolor, André se quedó helado, miró al frente, y allí vio dos ojos rojos que parecían mirarle. Se bajó lo más despacio que pudo de la piedra, sin hacer el menor ruido, cuando perdió de vista aquella mirada aterradora salió corriendo. Cada muy pocos pasos miraba hacía atrás, con cautela, con cada paso el miedo también se iba a alejando, hasta que por fin les perdió la vista definitivamente.

Apenas comía, su vida era anodina, sin sobresaltos, tranquila, el único lugar en el que se encontraba tranquilo era lo que el llamaba su hueco frío y oscuro. Allí intentaba pasar todas las horas posibles, apenas comía y para beber agua caminaba a la fuente más cercana, intentaba hacerlo por la noche, le encantaba la noche, pero además podía enfrentarse a las que se habían convertido en sus máximas enemigas.

Había entrado en su hueco con la luz en lo más alto del cielo, el frío y la oscuridad le habían ayudado a dormir, cuando salió a la puerta de su hueco, el cielo tenía un aspecto excepcional, podía ver brillar miles de estrellas, veía con facilidad la Vía Láctea, se sentó en la piedra más alta que había alrededor, y se emocionó por la belleza de la noche. Sentado sin pensar en nada, de pronto tuvo la sensación de que algo se movía a lo lejos. Miro hacía su derecha, y allí estaban, sin pensarlo dos veces decidió salir corriendo, en línea recta, sabía la trayectoria que siempre repetían, y llegaría a toda velocidad a su encuentro, en el centro de su veloz recorrido.

Tropezó y cayó sobre unos matorrales, si quitó unas pinchas con la boca y siguió corriendo sin apenas prestar atención. Volvió a mirar a su derecha, cada vez estaban más cerca, estaba seguro de que esta vez si llegaría a ellas, corrió con toda su alma, como nunca antes lo había hecho, ni siquiera corrió así aquella vez que fue perseguido.

La excitación no le hacía sentir cansancio, la luz se acercaba y él estaba muy cerca de aquella zona dura y rugosa en la que nunca crecía la hierba y por la que siempre discurrían las luces. Se colocó en el centro sobre una línea blanca que desprendía también cierta luz. Entonces, vio como la luz venía directo hacía él, comenzó a correr por aquella zona rugosa, la luz cada vez estaba más cerca, comenzó a oír un ruido sordo que muy pocas veces había oído, sintió como la vida se acababa para él, de repente hizo un giro y salto hacía la hierba que crecía en uno de los lados, la luz pasó y de nuevo se hizo la oscuridad.

André nervioso por lo ocurrido anduvo el camino de vuelta, volvió la vista atrás, miró las estrellas, y ya más tranquilo entró en su madriguera.

Autor: @santiagolopez