Una segunda oportunidad | Cuento | Relato corto | Literatura
Recuerdo aquella mañana, hacía un frío más intenso de lo normal, salí de casa con una camisa y una fina chaqueta, recuerdo que volví a por una chaqueta que abrigase más. Aquella semana el tiempo había cambiado, pasó del frío del invierno a una semana primaveral, pero de nuevo ese día hacía un frío de mil demonios.
Miré el reloj, había perdido unos cinco minutos, iba con el tiempo justo, disfrutaba de la rutina, llegar 5 minutos tarde al trabajo suponía pasar un mal día. Tampoco disfrutaba conduciendo a gran velocidad, en esos días era un tipo tranquilo, un tipo que veía el mundo pasar sin grandes alteraciones, esa era mi vida, y así disfrutaba viéndola pasar.
La mañana en que todo cambió, a pesar de llegar tarde, conducía con tranquilidad. Era el comienzo de la primavera, y el verde lo impregnaba todo. La luz del sol producía un intenso verde, una imagen que era un regalo para los sentidos.
Miré el marcador del coche y vi como la temperatura exterior estaba aumentando, comenzó a aumentar de medio grado en medio grado. Reduje la velocidad, la temperatura había pasado de 7 a 15 grados en menos de 3 minutos. Me llené de ira, eran ya muchas las veces que el coche daba problemas, y mi primera reacción fue dar un fuerte golpe contra el salpicadero.
El roce de la rueda con el arcén me hizo levantar la vista del marcador del coche, di un fuerte volantazo para reconducir el coche hacía la carretera. Volví a mirar y la temperatura continuaba subiendo, pero ahora una gota de sudor me hizo ser consciente de que la temperatura quizás estaba subiendo.
A lo lejos podía ver el calor sobre el asfalto, esas oscilaciones de visión me decían claramente que en la carretera hacía mucho calor. Me quité el cinturón de seguridad, y conduciendo con una mano intenté quitarme la chaqueta, el calor era abrasador. Miré hacía la ruleta del aire acondicionado, y la lleve de un extremo al otro, le di al botón A/C y comenzó a salir frío por las rendijas del aire. Todavía con una manga de la chaqueta bajé la vista al indicador de temperatura, entonces, como la llegada de un gran tren de mercancías algo impactó en mi coche. No sé si fui yo el que invadió el otro carril, o si por el contrarío alguien chocó contra mi.
Salí despedido y mi cabeza chocó contra el cristal, sentí un tremendo dolor en el abdomen, salí despedido de nuevo hacía atrás, no perdí el conocimiento, aturdido, abrí la puerta y caí sobre la carretera, puse las manos en el asfalto, el suelo abrasaba. Cuando alcé la vista para ver el coche con el que había chocado, sólo pude ver como dos hombres de unos 30 años salían del coche corriendo, dejando tras de sí el coche, echando una gran humareda.
Toqué el asfalto y estaba ardiendo. Me incorporé y pude ver que me encontraba muy cerca de la ciudad. El golpe me había dejado aturdido, por alguna razón salí corriendo en la misma dirección que aquellos hombres, pero corría hacía la nada. Cuando llevaba andados unos 200 metros, el calor me hizo detenerme. Me incliné con las manos apoyadas sobre mis rodillas y vi como caían gotas de sangre sobre el asfalto, me llevé la mano a la cabeza y estaba sangrando. El golpe contra el cristal del coche me había abierto una brecha, no era muy grande, me llevé un pañuelo a la herida y pronto dejó de sangrar.
En aquel momento empecé a ser consciente de que algo inusual estaba ocurriendo. Me incorporé decidido a ir de nuevo hacía el coche. Pensé en la radio, estaba seguro de que habría noticias y contarían qué estaba pasando. Salí corriendo, pero un dolor punzante en la cabeza me hizo disminuir el ritmo. Sentía el corazón acelerado en la herida, me llevé de nuevo la mano al golpe y había comenzado a sangrar.
Pronto llegué al coche, mi tiré de un salto en el asiento e intenté poner la radio, le di al botón de encendido, pero únicamente se oían interferencias, comencé a buscar todas las emisoras, en ninguna una señal clara, en todas ellas un ruido molesto o indescifrable. Durante unos segundos permanecí sentado en el asiento. Tenía que tomar una decisión, volver a mi casa y posiblemente no saber que había pasado, o ir dirección a la ciudad en busca de información.
Alcé la cabeza, hacía el sur, una nube de polvo estaba comenzando a envolver la ciudad. Desde donde estaba podía ver toda la ciudad. Un amarillo intenso estaba sepultando la ciudad, miré hacía la parte de atrás del coche, tenía la mochila con la comida de ese día, y pude ver unas 6 botellas de agua. Casi todas por debajo de su mitad. Las eché en la mochila junto a la comida y salí corriendo en dirección opuesta a la nube de arena.
A esa velocidad pensé que pronto me atraparía la nube de arena amarillo intenso, corrí todo lo que pude dado mi estado. La nube me había ayudado a decidir mi dirección, intentaría volver al pueblo, no se debía estar muy bien debajo de esa intensa nube. Pensé que pronto iba a poder comprobarlo, eché la mirada atrás y puede ver como había desaparecido. No había nube amarilla, volví la vista hacía la ciudad, y la imagen me sobrecogió. Los edificios estaban medio derruidos. Se podía ver como la nube había cortado los edificios de forma irregular, creado unos picos que parecían almenas de los castillos. Durante unos minutos los cascotes seguían cayendo sobre la calle.
Volví la vista hacía la carretera, un coche iba hacía la ciudad, posiblemente sin tener conocimiento de lo que acababa de pasar. Corrí a su encuentro, me puse en mitad de la carretera y éste paró, era de mi pueblo, era Julio. Bajó del coche asustado, mi aspecto no debía ser muy bueno, sin decir una palabra me di la vuelta mirando hacía la ciudad, Julio llevó su mirada hacía allí y cayó de rodillas al ver aquella destrucción.
– ¿Qué ha pasado? – dijo todavía desde el suelo.
– No lo sé, he tenido un accidente, dos personas han salido corriendo del coche sin mediar palabra. Está pasando algo muy raro. Cuando he salido del coche una nube de un intenso amarillo ha destruido esos edificios, y de repente se ha detenido, y no sé más.
– ¿Qué hacemos? – me dijo Julio ya incorporado y mirándome la herida de la cabeza.
– Yo creo que deberíamos volver al pueblo y ver allí qué es lo que ha pasado, ¿no llevabas la radio puesta?.
– No, llevaba conectado el movil con el bluetooth, ¿has mirado en internet? puede que en twitter o Facebook hayan dicho algo.
– No lo había pensado, ni se me ha ocurrido mirar el teléfono…
Cogí el teléfono a toda prisa, abrí Twitter y todo eran vídeos de nubes amarillas, edificios cayendo, ciudades destruidas, pero, ¿cómo seguía habiendo comunicaciones? Con un gesto de desdén y la cabeza gacha, le pasé el teléfono a Julio, que volvió a caer al suelo.
Lo levanté haciendo acopio de todas mis fuerzas, los dos en silencio nos montamos en el coche, no dijimos ni una palabra hasta nuestra llegada al pueblo. En la plaza estaban todos reunidos. El pesimismo y la tristeza se podía ver en sus caras. Entre toda la gente pude ver a mi mujer, mi hija, y mis padres. Corrieron hacía mi, con las lágrimas en los ojos, a pesar del momento, felices por verme llegar de nuevo. Mi madre me cogió del cuello y me bajó la cabeza para ver la herida, “no es nada” me dijo con alivio.
Se había hecho un recuento de los miembros de la familias que faltaban, no eran muchos, solamente faltaban tres personas de las habituales que solían vivir en el pueblo, todas habían conseguido volver, o no habían llegado a salir. Después de los primeros saludos, nos pusimos a recopilar la información que teníamos. A pesar de que las comunicaciones seguían funcionando en algunos lugares, ésta era confusa. Nadie sabía qué era lo que había pasado. El alcalde había llamado a emergencias, estaba colapsado, había sido imposible hablar con ellos.
Tras discutirlo, algunos decidieron dormir en los coches, en la zona más céntrica del pueblo. Mi familia decidió volver a casa. Estábamos muy cansados, preparamos los coches por si teníamos que salir corriendo. Y cuando íbamos a dormir, se apagaron todas las luces, corrí hacia la caja de registro, estaba todo bien.
Cogí el móvil para hablar con Julio, las comunicaciones se había cortado. Abrí twitter para repasar lo último que se había cargado. Las nubes que habían desaparecido volvían a reaparecer en las principales ciudades del mundo. Había millones de muertos en todo el mundo. Las zonas rurales eran las menos castigadas, a pesar de eso, el miedo había desencadenado altercados y el caos se había apoderado de todo el mundo.
Decidí hacer guardia, pasé la noche en vela, mi familia intentó dormir. A la mañana siguiente nos volvimos a reunir en la plaza del pueblo. Nadie se ponía de acuerdo en el siguiente paso que debíamos dar. Estábamos incomunicados, sin saber qué es lo que había pasado ni cuánto tardaría en llegar a nosotros, esa maldita nube amarillenta.
Algunas personas decidimos salir al bosque a hacer acopio de alimentos, intentando guardar aquellos más duraderos. Julio venía junto a mi. A pesar de la situación reíamos, los dos nos imaginamos corriendo solos por la ciudad, directos hacia un concesionario Ferrari, conduciendo por las calles desiertas, con la ventanilla abierta y el brazo apoyado sobre ella.
Nos paramos en seco, los dos a la vez. En silencio vimos como la nube se acercaba hacía nosotros, venía a toda velocidad. Cogí a Julio del brazo, de un tirón le indiqué la dirección que teníamos que seguir, él conocía la zona, igual que yo, pronto comprendió hacía donde nos dirigíamos. Llegamos a la pequeña cueva y entramos dentro, cerramos la pequeña puerta y nos metimos en la primera “habitación”. A los pocos segundos un estruendo nos hizo sobresaltarnos, algo estaba golpeando la puerta con gran fuerza. La puerta cedió, salimos corriendo y nos metimos en el rincón más lejano, vimos pasar la nube amarilla pero no llegó a nosotros. La nube no tardó en retirarse.
Salimos corriendo hacia el pueblo, las ramas de los arboles estaban quemadas, y las pequeñas casas que nos encontramos destruidas, la destrucción era total, el pueblo estaba arrasado, como si hubiese caído una bomba sobre él.
Llegué a mi casa y no encontré a nadie de mi familia, salí corriendo hacía la casa de Julio y me encontré la misma situación, en el pueblo no había quedado nadie. Todos desaparecidos y las casas hechas escombros.
Llevamos diez días encerrados en la cueva, Julio y yo, no sabemos qué hacer. Ayer hubo otra nube amarilla, tampoco llegó a nosotros. Hemos cogido comida enlatada que hemos podido recuperar de todas las casas. Tenemos suficiente comida para pasar meses. Pero no aguantamos esta situación, estamos pensando un plan para salir de aquí. Todos los días encendemos el teléfono unos minutos para ver si ha vuelto la señal.
La angustia se está apoderando de mi, cada día vuelvo a casa para comprobar si mi familia ha vuelto, no hay rastro de ellos. Han pasado 20 días, Julio y yo seguimos en la cueva. La nube amarilla no ha vuelto desde hace unos diez días. Cada vez salimos al bosque con más tranquilidad, cada vez tardamos más en volver a la cueva, nuestras salidas cada vez se alargan más. Hemos conseguido llegar al punto más alto desde el que se divisa el pueblo más cercano. Está también arrasado. Parece que los animales no han sufrido, vemos por todos lados ciervos, conejos y jabalíes, están muy cerca del pueblo, mucho más de lo que antes los había visto.
Los días pasan, y Julio y yo hemos decidido salir en busca de alguien que nos pueda dar información. No llevamos la cuenta exacta de los días que han pasado desde la última nube amarilla. Sabemos que hace unos seis meses que toda nuestra familia ha desaparecido. Hemos aprendido a cazar, tanto tiempo cerca del bosque y nunca habíamos cazado. Es muy fácil, los animales no nos tienen miedo, y sin dificultad llegamos a ellos. Hemos fabricado unas lanzas rudimentarias, con las que nos es de gran facilidad dar caza a ciervos o jabalíes. Creo que he ganado peso, a pesar de las largas caminatas, comemos varias veces al día, y en abundancia, no sabemos cuando podremos cazar la siguiente presa y comemos con ansía, como si fuese nuestra última comida.
Julio ha caído enfermo, tiene una fiebre muy alta, a pesar de estar en pleno verano, siente un gran calor, se quita toda la ropa, a veces delira, su gran corpulencia hace que no pueda sujetarlo. Llevamos un año solos, aislados del mundo y parece que Julio no lo va a aguantar más. Tenemos medicamentos, las casas del pueblo estaban repletas, tenemos medicamentos para todas las enfermedades. Pero parece que ninguna surte efecto con Julio. Esta noche está muy apagado, su respiración se entrecorta y por momentos parece que deja de respirar. Siento un dolor terrible, creo que no podré soportar quedarme solo. Si muere Julio saldré a la mañana siguiente de esta cueva a por respuestas. No descansaré hasta dar con alguien.
Pienso en Julio antes de todo esto, conozco a Julio de toda la vida, era una persona totalmente prescindible para mi, taciturna y anodina. Ahora es un sustento imprescindible, pienso en el Julio de antes de la nube, y no es la misma persona que ahora estoy viendo morir al fondo de la fría cueva. Las circunstancias lo cambian todo, y ahora me arrepiento de haber juzgado a Julio sin haberlo conocido, esa increíble persona que ahora estoy viendo morir se merecía mucho más de lo que le dimos.
Llevo dos días caminando sin parar, Julio murió, hice un gran agujero y lo enterré. Llevo la mochila cargada de comida y agua. He pasado por varios pueblos y no queda casi nada de ellos. La naturaleza lo cubre todo, a penas quedan casas en pie y las que quedan están cubiertas por la hierba. Julio no se va de mi cabeza, en cada paso me acuerdo de él, sólo me consuela el saber que posiblemente a mi tampoco me quede mucho tiempo.
Empiezo a encontrarme mejor, a pesar de esta solo me encuentro como en casa, el cauce de los ríos ha aumentado, está todo cubierto de un espectacular manto verde, puedo ver a animales pastar con total confianza, acercarme a ellos. Creo que perciben que no quedan humanos a la vista. Todo ha cobrado un color especial, puedo ver un increíble dinamismo en la naturaleza.
Ahora soy un extraño en este mundo, la naturaleza pertenece a la naturaleza. Empiezo a comprender, nos habíamos apropiado de algo que no era nuestro, la naturaleza ha tomado de nuevo el mando, ha exterminado a la única especie que no estaba cumpliendo el trato, la única especie que estaba poniendo en peligro la estabilidad de un mundo maravilloso.
Estoy acostado sobre un manto húmedo de hierba, mirando el cielo azul, con sus nubes esponjosas blancas. Siento paz, miro hacía atrás y veo la monstruosa sociedad que llegamos a crear. Destruimos todo, complicamos la vida hasta el extremo, no fuimos capaces de ver la simplicidad de la vida, lo poco que necesitábamos para ser felices y lo mucho que nos costaba.
A veces me siento culpable por ser feliz a pesar de haber perdido a toda mi familia, no lo puedo evitar. Siento la felicidad como corre por mis venas, me siento más vivo que nunca, pero sé que no puede durar mucho.
Anoche pude ver una hoguera en el bosque, me he acercado, hay dos chicas jóvenes de nos 20 años y un hombre de mediana edad. Esperaré a la noche. Tienen un machete con una hoja de más de 20 centímetros. Espero a que estén dormidos, me acerco, cojo el cuchillo, con cuidado me pongo detrás del hombre de mediana edad, le corto el cuello, hace un sonido extraño, miro a las chicas. Una de ellas se vuelve hacia a mi, pero no me ha visto, se vuelve a dar la vuelta, me acerco a ella y la misma operación. Me queda la tercera, está boca abajo, le doy la vuelta, grita, le clavo el cuchillo y salgo de allí.
Sé que no voy a poder acabar con toda la humanidad, pero voy a poner mi grano de arena, la naturaleza se merece una segunda oportunidad, voy a reducir las posibilidades del ser humano todo lo que esté en mis manos. Cae la noche, me acuesto sobre un gran matorral verde, me duermo con la esperanza de que no quede mucha gente sobre la faz de la tierra, la tierra se merece una segunda oportunidad sin nosotros.
Llevo dos semanas andando, disfrutando de todo lo que me rodea. Desde mi encuentro en el bosque no había vuelto a ver a nadie más. Me fijo en huellas, o cualquier signo de humanidad. Hasta hoy, estoy en una colina, a lo lejos puedo ver en el valle un grupo de más de 20 personas, tengo que pensar cómo voy a acabar con ellas. Esta noche la pasaré escondido detrás de unas ruinas que he divisado muy cerca de aquí, pasaré el día observando como puedo acabar uno a uno con ellos, no será fácil.
Me preparo una cómoda cama de hierba verde, la pongo junto al antiguo muro de una casa, me gusta dormir cerca de una pared, me da seguridad. En medio de la noche escucho un crujido, alguien anda cerca, en el momento en el que voy a incorporarme noto un frío filo por mi garganta, algo me arde con una gran intensidad. Me cojo el cuello con la mano, un liquido caliente brota como una fuente, me echo hacía atrás, cierro los ojos, veo una nube negra sobre una ciudad, veo personas con mascarilla, veo grandes bloques de hielo cayendo sobre el mar, veo ríos sucios, veo mi esperanza que se apaga y se desvanece.
Cuento de Santiago López.